La vida hay que vivirla, es para lo único que sirve.
Pasan los días. Noto algo distinto en mi. Difuso. Ausente. Es algo que me retumba las tripas pero no logro dar con lo qué es. Sigo adelante. Siempre adelante. Da igual la carga. Da igual la vida. El arte de vestirse una sonrisa está muy infravalorado.
Y llega el día. Ese preciso momento en el que, en una conversación descubre qué es eso que tanto extrañas: tú voz.
Perdí mi vos en mi camino. Mi voz más profunda. La que me lleva a mi. La que me dice quien soy. La que opina y se quiere. Perdí mi voz cada vez que callé lo que no debía. Que miré a otro lado. Que silencié momentos anteponiendo a otros a mi misma. Perdí mi voz cuando cedí el espacio de mis aficiones. Cuando amoldé sin mirar atrás mis expectativas, mis rutinas y algunos de mis gustos. Perdí mi voz y ni siquiera sé cómo volver a buscarla. Ni dónde. Ni si hay con quién.
Perdí mi voz y, aún afónica, consigo gritarme lo suficientemente alto.
Volveré.
Y llega el día. Ese preciso momento en el que, en una conversación descubre qué es eso que tanto extrañas: tú voz.
Perdí mi vos en mi camino. Mi voz más profunda. La que me lleva a mi. La que me dice quien soy. La que opina y se quiere. Perdí mi voz cada vez que callé lo que no debía. Que miré a otro lado. Que silencié momentos anteponiendo a otros a mi misma. Perdí mi voz cuando cedí el espacio de mis aficiones. Cuando amoldé sin mirar atrás mis expectativas, mis rutinas y algunos de mis gustos. Perdí mi voz y ni siquiera sé cómo volver a buscarla. Ni dónde. Ni si hay con quién.
Perdí mi voz y, aún afónica, consigo gritarme lo suficientemente alto.
Volveré.
Mirarte a escondidas. De noche. Mientras duermes. Sentirte
vulnerable por un instante. Sentir que me necesitas para algo. Que tengo valor.
Hablarte al oído, aunque no me escuches. Llorarte en
silencio. Abrazarte fuerte. Ojalá pudiera quitarte ese peso que te asfixia.
Caminar por casa, escucharte cantar y reír. Que salgas
bailando de cualquier rincón, con cualquier excusa. Objetivo: que brote mi
carcajada. Tu alegría. No sabes cómo te admiro.
Que hables solo, con el gato mirándote como si estuvieras
loco.
Y que todo sea parte de mi día a día.
Para ser feliz.
Y me parece nada.
Ocho catorces mirando tus ojos.
Ocho catorces mirándote mientras duermes, hablándote bajito
al oído, aunque no lo sepas.
Ocho catorces refugiándome en tus brazos. Sintiendo que mi
hogar está donde estés tú.
Ocho catorces y son tan pocos…
Mi vida por seguir celebrando catorces, dieces, doses,
nueves y los que vengan, de tu mano.