Nunca pensé que echar de menos provocara dolor físico. Hasta
que llegaste tú para demostrarme lo contrario.
Nadie nos enseña a mirar dentro de nosotros. A observarnos con
honestidad, con sinceridad, pero, sobre todo, con cariño. A mí al menos me es
prácticamente imposible. Aunque me han propuesto aprender y, por mucho miedo
que me dé, no creo que tenga nada mejor que hacer ahora mismo, etapa en la que
construir es imperativo. Nada mejor en este momento, en el que todo se ha derrumbado.
Es curioso, nunca me han atraído las personas por su físico.
Ni siquiera en la adolescencia. Las personas que han marcado mi vida amorosa me
han tocado desde dentro y, desde ahí, se construyó todo. Ese click inexplicable
que da vida a cualquier cosa y que pasa contadas veces en la vida. Quizás por
eso me ha hecho sentir siempre tan insegura alguna alabanza física… Terror a
ser sólo eso para esas personas.
Y aquí estoy, en puertas de unas vacaciones diferentes,
donde la tristeza, la soledad y el desarraigo que siento van a ser
protagonistas, intentando ver cómo asumir eso de mirar dentro de mí para
rescatar algo bueno, cuando no veo nada. En definitiva, muerta de miedo.
Y, sin embargo, te veo a ti tan claramente, estás tan dentro
de mí como yo misma. Veo tus dudas, tus nervios, tus fachadas. Veo tu lucha y
me lamento por no ser la protagonista de ella, la motivación suficiente... pese
a todo, sólo puedo pensar “ojalá te vieras como yo lo hago”: Tu dulzura, tus
valores, tu risa, tus cabezonerías, tu abrazo, tu luz…
Y cómo duele joder, cómo duele verte tan dentro, pero, desde
fuera.
Sentir que caes a cada paso.
Que faltan fuerzas.
Que falta aire.
Sentir que no estás.
Y que empiezas a ni siquiera esperar tu propio regreso.
Sentirte frágil incluso donde antes tenías tu mayor refugio.
No encontrar tu sitio en esta nueva situación.
Esa sensación de sentirse extraña incluso en lo más profundo
de ti.
Sentir que estás perdida.
Sentir que todo sigue su curso menos tú, que esperas parada
a… no sé qué.
Que nada (de lo que debería) cambia.
Aunque para ti haya cambiado todo.
Sentir que necesitas respirar y que, por mucho que lo haces,
no funciona.
Y no entender cómo es posible sentirte tan frágil y tan
fuerte a la vez.